El Olivo
Por el montículo donde sale el sol cada mañana de primavera desafiando ráfagas y levante, encontraréis un olivo. Ya hace muchos años que el único afán de un hombre era hacerlo crecer. Dice que eran cien árboles al viento el orgullo de aquél que los hizo nacer. «Señor no tiene y ningún jornalero se acerca a podar su ramaje». Sólo, va viviendo de viento en viento feliz de ser libre y salvaje. Ya no tiene miedo si en el otoño una helada lo desnuda, y siempre tiene suficiente con lo que llueve para limpiar sus hojas. Siempre está allí... cerca del camino ofreciéndonos su sombra. Todo lo da a todo el mundo, ¡qué más se puede pedir a un viejo tronco!
Cuando nace un fruto es tan pequeño que ni los pájaros se atreven a picotearlo. Pensando, quizás que es el último, el último fruto y hay que mimarlo. Ellos cada verano hacen su nido encima de cualquier rama. Y el viejo árbol siente así con él nacer la vida en una rama. Y así va creciendo de viento en viento esperando que cualquier tarde alguien vendrá, lo talará y a pedazos lo irá quemando. Por el montículo donde sale el sol cada mañana de primavera desafiando ráfagas y levante, se va muriendo un olivo.