Tristemente Célebre
Decía mi bisabuelo,
Que fue preso allá en La Rotunda, señor,
Que entre tanto desvelo
Se le reseca al hombre bueno el corazón.
Con el golpe del arpa
Se anunciaba allá la visita formal:
El paso de La Parca,
La única que les solía visitar.
Allí el cabo de presos tenía una truculenta misión
Y con deliberada maldad a todos vejaba,
A palo limpio les daba
Su cuota diaria de infierno,
De pavor y des gobierno
Así como el ladino diablo ordenó.
Era Nereo Pacheco, verdugo espía y un cruel criminal
Que, por orden de Gómez, en La Rotunda mandaba,
El pánico administraba
A punta e grillo y veneno
Y to´ los otros presos buenos,
Tarde o temprano torturó.
Tocando el arpa
Del hambre Nereo,
Tocando el arpa
Que presa en La Rotunda cayó.
Tocando el arpa
Del miedo Nereo,
Tocando el arpa
Como Don Juan Vicente ordenó.
Pacheco estaba preso,
No era guardia, ni policía, ni oficial,
Pero sirvió al alcalde
Buscándose la bendición del general.
Cayó por asesino
Y, esperando el fallo de aquel tribunal,
Por cosas del destino
De sapo a La Rotunda Nereo fue a parar.
En cada calabozo del alto y patio del triste penal,
Un mártir inocente, cautivo por insolente,
Perdía su don de gente
En aquel hueco pestilente,
Ahogado en un sueño inerte
Que el mismo Nereo diseñaba en el lugar.
Señor de la tortura, de paso, arpisto nacido en El Tuy,
Pasaba la revista, nada escapa de su vista
Y del régimen Gomecista,
Que tachaba de su lista
Cualquier intento arribista
De derrocar al General.
Tocando el arpa
Del hambre Nereo,
Tocando el arpa
Que presa en La Rotunda cayó.
Tocando el arpa
Del miedo Nereo,
Tocando el arpa
Como Don Juan Vicente ordenó.
La más infame tortura,
La más lúgubre caricia:
Tenerle fe a la justicia
Mientras se pierde cordura.
Por sinceros y valientes,
Por creer en la esperanza,
Víctimas de la venganza
Cayeron por inocentes.
Me cuenta mi bisabuelo
Que los días no pasaban.
Que la mente les fallaba
Por el hambre y el desvelo.
Pero que valió la pena
Defender lo que creían,
Aunque muchos se morían
De mengua en plena condena.
Como antesala a la muerte
Pacheco tocaba el arpa,
Mientras que una tensa calma
De a poco se hacía presente.
Ya conociendo su suerte,
Conociendo su destino,
Pacheco se abre camino
Para entregar el cadáver.
¿Cómo murió?, nadie sabe,
Lo que sigue es el olvido.
El abuelo dio en el clavo
Y me invitó a hacer consciencia;
Quien no dice lo que piensa,
Tarde o temprano,
Se convierte en un esclavo.
Decía mi bisabuelo,
Que fue preso allá en la rotunda, señor,
Que hasta el color del cielo
Metido en ese calabozo olvidó.
Pero también decía,
Y tildaba de su más grande verdad,
Que no se arrepentía
Pues defendía su ideal de libertad.
Ningún Nereo Pacheco, ningún esbirro y Ningún General
Su voluntad doblaba ni su idea mutilaba,
Pues él no se doblegaba
A la réplica del infierno
De un mediocre desgobierno
Que en la penumbra se perdió.
Tocando el arpa
Del hambre Nereo,
Tocando el arpa
Que presa en La Rotunda cayó.
Tocando el arpa
Del miedo Nereo,
Tocando el arpa
Como Don Juan Vicente ordenó .